A medida que pasan los años, la mayoría de los humanos pierden el gusto por las cosas: respiran, comen, beben, caminan, ven, oyen, sin que su conciencia participe demasiado en esta actividades: se diría que sus sentidos se han embotado. Pero, cuando alguien cae gravemente enfermo, ¿qué sucede?
Durante meses se ve obligado a vivir en la inmovilidad y el aislamiento de una habitación en donde lleva una existencia vegetativa. Después, por fin, un día entra en la convalescencia, y entonces, de repente, el alimento, el aire, le parece deliciosos. ¡Y qué alegría poder caminar de nuevo libremente, salir a contemplar el cielo, el sol y toda la naturaleza en primavera, escuchar el viento y el canto de los pájaros!
Éste es el lado bueno de ciertas enfermedades. Pero ¿es razonable esperar a tener un accidente o a caer gravemente enfermo para recuperar el gusto por las cosas?
OMA
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